Sunday, July 16, 2006
Yalalaag, Villa Alta
El tiempo pasa y no pasa, se alarga, se estrecha, se encoje, se tira boca arriba y se hace el muerto, después se lanza precipitadamente por el abismo y levanta el vuelo antes de perderse en la nada... Yalalaag: hace más de una década estaba yo sentado frente a la plaza esperando el autobus rumbo a Oaxaca, pensando precisamente cómo el tiempo se acorta y se alarga, cómo se nos va entre las manos como agua. Más de una década después y ahi estamos, Daniel y yo (fue Lucas en aquellos tiempos), y después del largo viaje, sudorosos, cansados, medio atarantados de tanta terracería, deslumbrados ante tanta inmensidad y tanta belleza, y después de la larga espera en la casa de la dueña donde nos vienen a hablar tres generaciones de mujeres, la más chica nos lleva hacia la misma casa donde hace tres lustros estuve, al mismo patio repleto de flores, al mismo cuarto, las mismas paredes, las mismas camas, como si el tiempo se hubiera detenido en la inmobilidad de ese espacio. Pero eso es acá, dentro de estas paredes, porque allá afuera el tiempo se viene saltando y dando maromas y haciendo un desmadre de los mil diablos, porque en todo esto resulta que llegó la carretera, casi casi el pavimento llega hasta acá, y las remesas, y los que van y vienen del "otro lado"... qué lado, si fuera de estas montañas todo es "otro", mundos infinitamente distantes que de repente se encuentran en el choque de culturas asíncronas, disonantes... polifonía delirante, cacofonía o quizás una nueva forma de creatividad, nuevos entendimientos. En Villa Alta el rectángulo de concreto que albergaba múltiples cuartitos separados por enclenques tablas de madera se convirtió en hotel de tres pisos, con patio central y televisión a todo volumen. Ni sombra del pasado, pero los comedores ahí están, frente al quiosco, y las montañas, el verdor, la inmensidad nebulosa... Ahora hay terminal camionera, un hospital, un puesto de gasolina. Los niños juegan futbol en el zócalo y se les unen dos adolescentes con tacones y sus mejores ropas, indecisas entre ser niñas y ser mujeres. Cuántos aquí han ido y han regresado: Ohio, California... Don José nos cuenta que su hijo está en San Diego, y le ofrezco llevarle una carta. De manera que más tarde nos encontramos en el minúsculo cuartito donde Doña Cecilia nos ofrece pepitas y don José me explica trabajosamente lo que quiere que le ponga en la carta, en un idioma cargado de zapoteco, en un idioma que habla de otro universo, de otro tiempo, de otro pensar... Y la plática es triste, por el descompaso de los tiempos. Que por qué nunca le habla su hijo, para poder contarle del terrenito, pa decirle que se venga ya para construir su casita y preparar la milpa, pos ni modo que se la pase toda la vida sin su casita, sin su milpa... Ahi se fue hace tiempo don José a San Diego, ve tú a saber cómo fue que llegó hasta allá, con qué dinero cruzó, cómo diablos encontró a su hijo, si ni leer sabe el hombre, si no entiende de direcciones ni de ciudades y mucho menos de lo que es ese monstruo llamado Otro Lado... Pero el hijo le pidió que no se quedara, que cómo se iba a quedar, que se regresara para su tierra, para Oaxaca, para Villa Alta, para su mujer y su milpa, para el fin de mundo en la sierra donde está la tierra, la raíz, el orígen. Me ofrecen mucho dinero por el terreno pero yo no lo vendo, nos dice, porque la tierra no se vende. La tierra no se vende. La tierra es vida. Es vida. Y es para el hijo que no va a regresar, que vive en San Ysidro, que tiene cuatro hijos nacidos en el lado de allá, que tiene su vida lejana... Don José y Doña Cecilia nos regalan su hospitalidad, su corazón, su silencio, y nos vamos cargados de agradecimiento y tristeza... Noche insomne: soledad lucha pobreza injusticia los tiempos que se dilatan y se contraen cambios permanencias posibilidades perplejidades zapatismo lucha lucha y la familia desgarrada intolerancia mano dura yo yo privilegios egoismo y dónde quedó la compasión dónde dónde quedó dónde quedó adónde se fue dónde dónde... , Amanece brumoso el día, en la mañana pésimo café y excelentes tortillas y amabilidad oaxaqueña y despedida de la sierra, siempre la sierra, siempre el adiós y el retorno... y en la bruma, la lluvia, el lodo, cañadas, bosques y soledad, la moto ruge en el verde silencio hasta que se despeja el cielo y aparece la inmensidad recién lavada de la sierra mixe y un changarrito de madera y un café y pan dulce y un jardín florido y el descenso rumbo a la urbe y el impetuoso quehacer de los hombres...
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